Indudablemente vivimos una lenta transición política montada sobre los mismos problemas históricos nacionales no resueltos tanto por el proyecto del desarrollismo priísta, como por el pluralismo neoliberal. El nuevo desarrollismo morenista navega estos problemas en las condiciones que ha dejado el pasado, aprovechando a su favor las relaciones económicas construidas con el Tratado de Libre Comercio, redireccionando y fortaleciendo la industria nacional que quedó y creando una nueva institucionalidad en el país.
La transición que vivimos se desarrolla a través de una confrontación política de largo aliento basada en la imposición suave de las mayorías, como se hizo para la elección de los magistrados, jueces y ministros. Se presume así, una transición con estabilidad y debate público, sin pacto con la oposición en la mayoría de los casos.
También vivimos una transición con escasísima movilización social nacional, donde sólo algunas demandas logran impacto y victorias parciales, como la lucha contra la gentrificación y la publicación del Bando 1, la movilización del magisterio y su negociación, o la presión para nombrar genocidio a las acciones de Israel por parte del gobierno. No obstante, muchas otras demandas históricas y actuales están relegadas.
La transición en el sistema de partidos
Desgaste y confrontación. A un año del inicio del gobierno de Claudia Sheimbaum parece que, según SRC, de los 16 estados que irían a elecciones en 2027 sólo ganaría la oposición con seguridad dos. Vemos que el desgaste de los gobiernos por administrar los asuntos públicos no es tan “natural”, este depende también de una posible renovación política, el contexto nacional y, hoy especialmente, el internacional.
Además, la relación de MORENA con una gran parte del electorado, parece que aún hoy pasa por encima de las disputas mediáticas y el conflicto social. Esto es debido sobre todo a que el gobierno sigue expresando un proceso de cambio, el cual ha sido administrado como un campo de batallas ideológicas y políticas; a lo que hay que sumar, por supuesto, sus exitosas políticas del salario y los programas sociales.
En este sentido, tras la culminación de la elección del Poder Judicial, se viene un proceso de gran calado nuevamente liderado por MORENA, la Reforma Política Electoral que contiene demandas populares que sintetizan el descontento hacia el sistema político mexicano: la disminución de la cantidad de diputados, el cambio del esquema de los plurinominales y el financiamiento a los partidos.
Esta dinámica de constante iniciativa política ha trasladado el desgaste también a la oposición, que continúa siendo socavada ideológica y electoralmente. A pesar de que en esta coyuntura, la credibilidad de MORENA está siendo particularmente golpeada, tanto por el comportamiento político de muchos de sus integrantes, como por el gravísimo escándalo de corrupción de la red de huachicoleo en la Marina, denunciado por el mismo gobierno.
A pesar de ello, la transición política que inició con el derrumbe del sistema de partidos hoy no tiene visos de recomponerse, y es muy posible que se profundice con el desfondamiento casi completo del PRI. El PAN por su parte, en el mantenimiento de un ideario de centro derecha neoliberal, sostiene algunos pequeños enclaves históricos pero retrocediendo hasta quedar por debajo de un lentamente ascendente Movimiento Ciudadano. Todos estos partidos con sus pequeñas victorias están buscando urgentemente un fenómeno, una personalidad o un acto que los lleve a las alturas nuevamente, mientras se acercan al escabroso dilema de hacer o no alianza mutua para afrontar a MORENA.
Podemos decir que la transición en términos de las fuerzas políticas no ha cambiado sustancialmente y sigue su progresivo curso iniciado desde 2018 con el golpe al sistema de partidos que significó esa elección.
La transición en las instituciones
Prácticamente todas las instituciones del Estado Mexicano han sufrido un reacomodo mediado por la lucha política dentro de estas mismas y la aprobación de reformas vía el Poder Legislativo. Sin lugar a duda ha sido el Poder Judicial el que se ha trastocado de manera más profunda al modificarse la forma en la que se eligen a sus miembros por voto popular. A su vez, la desaparición de muchos organismos autónomos desmantela el anterior aparato de funcionamiento neoliberal, traspasando sus funciones a otras instituciones en una pretensión de austeridad y eliminación de opacidad.
Observamos que el sexenio de AMLO y de Sheinbaum en términos estructurales, más que una transformación política, económica y social, es un cambio de régimen basado en la legitimación de un proyecto político a partir del peso de las mayorías electorales. Este cambio se desarrolla también a un nivel ideológico (“revolución de las conciencias”), proyectando un constante empuje para acabar con la corrupción, con el despilfarro y el desapego a las mayorías, narrativa que satura la atmósfera de un discurso moralizante (“depuración de la vida pública”) que contrasta aún tristemente con la realidad.
Dentro del Poder Ejecutivo, aunque existen muchos cambios relacionados a la austeridad, el más relevante es el papel de la figura de la titular y su comunicación, que la posiciona como guía política y moral de la sociedad, las instituciones y su partido. Este exitoso papel que ha logrado Sheinbaum en este período, ha generado un alineamiento de prácticamente todo el espectro político, desde los medios y la oposición hasta el conjunto de sus seguidores (hace posible una crítica al partido o ciertos personajes, desde un respaldo a la presidenta).
Por su lado, el Poder Legislativo ha adoptado el marco de la 4T, pero su funcionamiento en lo esencial ha sido el mismo, preparándose para un proceso de reestructuración de la representación política con la apertura de los diálogos de la Reforma Electoral. La cual también trastoca al Instituto Nacional Electoral, el cual ha transitado ya un primer ajuste en su presupuesto.
Finalmente, vemos una transformación en el rol del ejército, que aunque no tiene la centralidad que tuvo con López Obrador sigue integrado de manera directa al proyecto de la 4T, como un ejército constructor de proyectos e infraestructura.
La transición en el marco global
Existen diferentes lecturas de cómo la metamorfosis de la institucionalidad mexicana se relaciona con los cambios políticos a nivel internacional.
La lectura del liberalismo sostiene que presenciamos el giro autoritario de los populismos; posiciones cercanas al campismo lo refieren a la emergencia de gobiernos fuertes en el marco de una multipolaridad consolidada; y una tercera lectura sostendría que refleja una salida política generada en el marco de la crisis del modelo capitalista neoliberal.
La complejidad de la imbricación de los procesos nacionales de los Estados Nación y la dinámica internacional guiada por las potencias imperialistas vuelven ideológicamente ambiguas muchas de las lecturas.
El fortalecimiento de un partido y una figura que lidera el proceso de cambio de régimen en México se ha desarrollado con la ampliación de libertades democráticas que a su vez
apuntalan su hegemonía (consultas populares, voto universal a jueces, magistrados y ministros, revocación de mandato, etc.), coincidiendo con la estrategia de los gobiernos del ciclo progresista latinoamericano, procesos alejados de los autoritarismos de derecha. Este fortalecimiento de la soberanía política en México contrasta con el apuntalamiento de nuestra dependencia económica con Estados Unidos, dejando al país con un pie comprometido con la administración de Trump y el otro con la vinculación histórica con América Latina. Padecemos las contradicciones de la crisis del capitalismo neoliberal clásico que está dando como resultado la combinación de neoliberalismo nacional y proteccionismo internacional, que quiere encarnar la nueva derecha en clave reaccionaria.
En México esto se traduce en la limitación de la relación con China y la aplicación de la política de seguridad de EU. Estas mutaciones del desarrollo del capitalismo en la actualidad ofrecen, en general, un panorama de decadencia, ya que el paradigma de la integración en una comunidad global ha estallado en pos de una nueva guerra cultural y económica que dispone a Occidente a una reconquista en medio de su crisis de hegemonía.
El gobierno bonapartista progresivo en México avanza en un proceso de larga transición que garantiza procesos democráticos dentro de nuestro sistema representativo, consolidando por diversas vías un control no autoritario y una reorientación ideológica del Estado. No existe un control como el del PRI, ni por sus mecanismos, ni por su políticas, por ello el regreso de una alternativa a MORENA está abierta aunque no a corto plazo.
Esta transición lamentablemente mantiene un aletargamiento que ha inmovilizado a grandes sectores y que bajo un contexto internacional adverso, dificulta temporalmente que esa alternativa política esté a la izquierda del proceso.
