Un hombre se encuentra sobre los escombros de edificios cerca del lugar de la muerte del líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, en los suburbios del sur de Beirut, el 29 de septiembre de 2024. (Foto: Hassan Ammar/AP)
Desde el 23 de septiembre, los bombardeos del ejército israelí contra Líbano han causado la muerte de más de mil personas, la huida de 100.000 a Siria y el desplazamiento de un millón de los 5 millones de habitantes de Líbano. Entrevistamos a Gilbert Achcar, activista libanés y profesor de la Universidad de Londres.
[La entrevista está realizada un poco antes de que tropas especiales israelíes hayan comenzado a intervenir por tierra en el mismo sur de Libano]
Fabienne Dolet: Hay muchas razones para temer que los ataques de mediados de septiembre en Líbano hayan inaugurado una nueva secuencia en la guerra que comenzó en octubre de 2023 en Gaza…
Gilbert Achcar: Dado que Israel ha completado básicamente la fase más intensa de su destrucción en Gaza, ahora se está volviendo contra Líbano, contra Hezbolá, para asegurar su frontera norte. Para ello, no deja otra opción a Hezbolá que capitular y retirarse lejos de la frontera o enfrentarse a una guerra total. Han iniciado una escalada gradual de violencia que ahora ha culminado con la decapitación de Hezbolá, incluido el asesinato de su líder Hassan Nasralá, y rechazan cualquier propuesta de alto el fuego. Dado que una capitulación pura y simple de la organización es improbable, debemos prepararnos para una continuación de la escalada, incluida la intervención de tropas terrestres en operaciones específicas, todo ello encaminado a infligir el mayor daño posible a la organización y desmantelar su infraestructura.
D.: ¿En qué se diferencia lo que está ocurriendo hoy de conflictos anteriores: 2006, 1982?
A.: En 1982, Israel invadió la mitad de Líbano, incluida la capital, Beirut, que fue tomada por las tropas israelíes en septiembre. Rápidamente, la resistencia, inicialmente lanzada por los comunistas, hizo retroceder al ejército israelí, que se estableció en una parte del sur de Líbano durante varios años (18 años de ocupación) hasta que tuvo que abandonarla en 2000. En este sentido, Israel sufrió una derrota política. Al igual que la guerra marcó un punto de inflexión para Israel con respecto a la OLP (Organización para la Liberación de Palestina), que tuvo que evacuar Beirut en 1982, Israel se mostró vulnerable a la resistencia que se desarrolló en Líbano. En 2006, Israel había asimilado las lecciones de 1982 y no preveía una ocupación permanente. Hubo una incursión de tropas que se encontraron con una feroz resistencia, que resultó más costosa de lo esperado. Aquella guerra también acabó en un fiasco para Israel, en el sentido de que Hezbolá, lejos de ser destruida, salió fortalecida a largo plazo al reconstituir su arsenal y ampliarlo considerablemente. La lección que aprendió el Ejército israelí a partir de 2006 fue la de que, para no correr ningún riesgo al intervenir en zonas pobladas como Gaza o Líbano, especialmente en zonas urbanas, tenía que destruirlo todo antes de entrar, lo que ha dado lugar a la espantosa destrucción de Gaza y al carácter genocida de la guerra librada contra el enclave. En Líbano aún no han llegado a esta fase, pero amenazan abiertamente con convertir partes de Líbano en otra Gaza.
D.: Tras la muerte de Hassan Nasralá, ¿qué representa hoy Hezbolá en Líbano?
A.: La organización ha quedado muy debilitada; no sólo por el asesinato de Nasralá, sino también por el desmantelamiento de su red interna de comunicaciones y el asesinato de varios de sus líderes militares. La organización ha sido realmente decapitada. Va a reconstituirse e intentar reconstruir su arsenal, aunque Israel lo está poniendo cada vez más difícil bombardeando las rutas de transporte sirias por las que le llegan las armas a Hezbolá desde Irán.
Desde el punto de vista político, se trata también de un considerable debilitamiento de la organización. Es cierto que Hezbolá conserva su base social, gran parte de la cual depende económicamente de la organización. Pero hay una fuerte desafección entre la población libanesa que comenzó con la intervención de Hezbolá en Siria con el régimen de Assad. Esta intervención cambió significativamente la imagen de Hezbolá en Líbano y en la región: de luchar contra Israel, la organización había pasado a luchar en defensa de un régimen sanguinario. Más que nunca, Hezbolá parecía ser ante todo un auxiliar de Irán. Hoy, una gran parte de la población libanesa reprocha a Hezbolá que, en nombre de la solidaridad con Gaza, implique al Líbano en la guerra contra Israel, aunque sea de forma limitada, señalando el hecho de que Siria, que se supone que forma parte del mismo eje de resistencia y que sin duda dispone de muchos más recursos que Hezbolá, no hace nada en absoluto. Del mismo modo, Irán, el líder del mismo eje, está haciendo poco más que hablar. Sólo una vez, en represalia por el asesinato de dirigentes iraníes en Damasco el pasado mes de abril, Irán lanzó misiles y aviones no tripulados contra Israel con tan poca antelación que el impacto fue insignificante.
Por ello, muchos libaneses se preguntan “¿por qué nosotros, un país pequeño, el más débil de la región, tenemos que sufrir las consecuencias en nombre de Irán?” Este tipo de argumento ha cobrado mucha fuerza en la actualidad. Hezbolá solía afirmar que era una especie de escudo, una garantía de seguridad para Líbano frente a Israel, pero este argumento se ha visto socavado por la espectacular demostración de su superioridad militar, tecnológica y de inteligencia, por parte de Israel.
D.: En efecto, con el riesgo de ver destruido el Líbano…
A.: Más bien, parte del Líbano, porque Israel está apuntando específicamente a Hezbolá y a las regiones donde está presente. Está jugando con las divisiones confesionales e incluso con las divisiones dentro de los propios chiíes, divididos en el Líbano en dos bandos aliados pero muy distintos: Hezbolá, por un lado, y Amal, por otro. El movimiento Amal no participa en la lucha actual contra Israel y no depende de Irán como Hezbolá. Por ello, Israel juega con esto y apunta específicamente a las regiones y zonas controladas por Hezbolá. Hay muchas razones para temer que se cumpla la amenaza de convertir esta parte del Líbano en una segunda Gaza.
D.: ¿Cómo podemos construir la solidaridad anticapitalista y anticolonialista cuando no compartimos los proyectos políticos de las fuerzas implicadas?
A.: La solidaridad debe considerarse siempre independiente y crítica. La noción de solidaridad incondicional no me parece útil. La solidaridad con una fuerza cuyo perfil no compartimos debe ser siempre crítica, en el sentido de que debemos solidarizarnos con la víctima frente al principal opresor, sin olvidar que esta víctima puede encontrarse a su vez oprimiendo a otros.
Si Israel y Estados Unidos lanzaran mañana una ofensiva contra Irán, tendríamos que movilizarnos enérgicamente contra ella como agresión imperialista, sin apoyar incondicionalmente al régimen iraní, y mucho menos apoyarlo contra su propia población si ésta se sublevara. De la misma manera, en 1990-91, tuvimos que movilizarnos contra la agresión imperialista contra Irak, sin apoyar al régimen de Saddam Hussein, y menos aún su sangrienta represión contra las poblaciones del sur y del norte del país que se sublevaron en ocasiones. No debemos caer en ninguna de las dos trampas. En la izquierda hay quienes, en nombre de la naturaleza de Hezbolá como organización sectaria y fundamentalista sometida al régimen de los mulá iraníes, han llegado a adoptar actitudes neutrales que a veces rozan incluso el apoyo a Israel. A esto hay que oponerse con firmeza: no debemos dudar en absoluto en movilizarnos contra la agresión israelí, la agresión de un Estado colonial, opresor y depredador. Sea cual sea la orientación política dominante en el otro bando, la resistencia al agresor colonial es correcta. Pero no debemos caer en la otra trampa de convertir a Hezbolá o Hamás –o peor aún, a los hutíes de Yemen, que son el equivalente de los talibanes– en paladines progresistas. Son fuerzas que pueden ser totalmente reaccionarias en términos sociales y culturales, y dictaduras tan brutales como los regímenes sirio e iraní.
Fabienne Dolet
Entrevista que se publicará en el nº 723 de l’Anticapitaliste
Traducción: viento sur